Como en la barra de aquel bar.
El momento en el que se cruzaron nuestras miradas, el pánico
a mantenerlas, el vicio de no querer dejar de hacerlo. Sonreí mientras bebías un
cóctel de frambuesas con pajita, lasciva, insinuante, sin quitarme ojo. Después
me guiñaste un ojo y sonreíste, olvidando la vergüenza en el vodka de tu
Manhattan y te giraste.
Yo me quedé embobado, mirando tu figura y cómo te apretaba
aquella falda, pensando en cómo desabrocharla, en arrancarte la blusa y
morderte el cuello, en bailar sevillanas agarrándote del pelo, en el sonar de
muelles y crujir de camas, en los gemidos, y el cómo el sudor se mezclaba sobre
el suelo con la esencia, después de habernos corrido.
Con la ventana abierta, dejando que la escarcha nos
abrazara, sabiendo que sólo somos hijos de la madrugada.
Después me acerqué a ti, y te susurré al oído todas aquellas
cosas que todo el mundo pensaba y que nadie te decía por educación, por
principios o por falsa caballerosidad. Volviste a sonreír y me acariciaste la
barba.
"Si me pongo serio quien sonríe es el diablo" (Piezas).
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