jueves, 22 de diciembre de 2016

Mártires

Éramos dos adictos que habían encontrado en el otro su razón de vivir. Ella, con la sonrisa siempre puesta, yo luciendo mi mejor traje de tristeza. Ella solía pintar unicornios de colores y yo jacos flacos de malas hechuras. Ella repartía caricias y ternura, yo me estrellaba una y otra vez contra el frío cristal de la realidad.

Muchos decían que éramos la peor pareja del mundo, dos polos opuestos, dos universos paralelos que se atraen y colisionan en cuestión de segundos, pero fui yo quien la salvó de sí misma cuando la enseñé a llorar.

Lo hice sin querer queriendo, sin llegar a ese punto de inflexión donde las sonrisas se marchitan por siempre. Ella llenaba mi vacío, me calentaba en las noches frías, me apaciguaba, y hasta me hacía sonreír sin que yo moviera los labios, porque era la única capaz de mirarme de frente y tocarme el alma. 

Ella seguía a mi lado, día a día, hasta que una noche, nos inmolamos el uno en el otro. 

"Ábreme el pecho... y registra" (Extremoduro). 


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