El temor de después de la duodécima campanada, la nostalgia apurada en una copa de cava o de champán cutre, tragar saliva o una uva, como quien traga una bala. Dar abrazos y felicitaciones. Sentir indiferencia con algunos y alegría con otros. Atarse unas tremendas ganas de llorar con las cuerdas vocales y no ser capaz de pronunciar palabra alguna.
Respirar hondo, tomar aire y sentir el frío del invierno, esa escarcha que se va formando sobre el alma, que lo atenaza y golpea en la boca del estómago, como la primera copa de garrafón. Quizás me esté volviendo viejo, quizás vea los treinta demasiado cerca y tenga demasiadas cosas sin resolver. Y entre los petardos y los borrachos, surge, de entre la niebla, una pregunta incontestable:
¿Y mañana, qué?
"Hoy, por fin, han cerrado los caminos, los bares, los brazos, las piernas, las puertas,
hoy han cerrado las bocas,
hoy, por fin, amor, han abierto el cielo".
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