El momento inmediatamente después al orgasmo, cuando te desplomaste sobre mí, empapada en sudor, aún conmigo dentro, y giraste la cara, besándome de nuevo mientras resoplábamos. Descabalgaste, y buscaste la parte derecha de mi pecho para acomodarte, como un ave de alas rotas buscando refugio.
Me mirabas desde un palmo más abajo de mi cabeza y tu mano derecha acariciaba mi costado, inspeccionando mis lunares, como un ser bípedo que caminaba sobre índice y medio. Subiste de las costillas al pezón, y ahí te detuviste, preguntando inquisitiva, mientras las palpaba:
- ¿Qué significan estas tres rayas verticales encima del corazón? -
Cerré los ojos y reí un suspiro.
- Es una cuenta que llevo.
- ¿Una cuenta de qué?
- De las veces que me partieron el corazón.
Me miraste de nuevo, escrutando mis sentimientos de amargura y resignación en mi respuesta. Apoyaste tu mano en mi barbilla y me la giraste hacia ti. Me besaste sin decir nada, pensando en la cuarta, a sabiendas de que las promesas que no se pueden cumplir nunca deben ser hechas
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