No me beses aún. Tampoco me mires. Deja caer la ropa al suelo y colócate mirando a las estrellas. Hoy jugaremos a ser dos extraños que se conocen de hace tiempo, y que llevan tiempo matando sus instintos.
Mira la luna y el cielo alumbrado. Y cómo los astros se acercan, mientras mis manos recorren tu cuerpo desnudo. Sigue mirando arriba cuando te muerda los hombros, cuando atenace tu cuello con mis burdas manos. Mira estos soles nocturnos de acero y luz y siente el calor que desprenden, el mismo que tú experimentas, mientras te penetro. Y asciende poco a poco, hasta la luna, y vuelta.
Verás cómo esos infames humanos nos miran desde abajo, y cómo tú y yo disfrutamos de nuestro propio cielo, uno inmenso, donde los orgasmos son de terciopelo, de caricias de fieltro y nubes de algodón de azúcar. Un cielo de setenta metros cuadrados, a los que no les falta el dinero, donde los sueños se cumplen y no pueden entrar los banqueros, ni las ratas, ni los buitres del gobierno.
Ven conmigo al cielo.
Ven conmigo cielo.
Ven conmigo.
Ven cielo.
Ven.
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