Caminaba entre la multitud, levantando murmullos y recelos.
Unos de admiración, otros, quizás de envidia, y otros, sencillamente de
incomprensión. No dejaba indiferente a nadie.
Vestía su mejor sonrisa, la de los domingos, portaba su camisa
gris. Por su frente resbalaba un líquido rojo que brotaba desde su cabeza y que
gotea por el suelo.
Caminaba con paso firme, la frente alta, embadurnada de
sangre, y en su mano un corazón hecho trizas, desgastado y roto, carcomido,
mordisqueado por las ratas, cada vez más pequeñito, cada vez más ennegrecido,
cada vez más dolorido, y que, sin embargo, latía cada vez más fuerte.
No sé dónde iría el poeta, no sé si se desangraría en la
siguiente esquina, o si fue princesa o fue ramera quien le robó el corazón antes de que
volviera a respirar. Sólo sé que sonreía y se sentía feliz, pese a todo, o por
todo.
Creo que fue por eso por lo que yo quise ser poeta, mi amor.
"Siempre habrá personas que aunque tengan el corazón hecho trizas, te regalen su mejor sonrisa" (Arri).
No hay comentarios:
Publicar un comentario