jueves, 7 de julio de 2016

Azoteas

En un balcón, mirando las estrellas, a la media luz de las velas titilantes y con la luna de fondo. En el punto medio entre la conciencia y la ginebra, apoyada sobre el poyete y con la mirada al infinito, la chica del vestido rojo suspira y mira al infinito, apoya lo que queda de su copa sobre la barandilla, y vuelve a suspirar.

Yo me acerco por detrás, hundiéndola entre mis brazos, que la acogen mientras las manos se entrelazan. Me acerco al oído y le susurro una palabra que sólo ella comprende. Sonríe y se da la vuelta. Me acaricia el pelo, juega con mis rizos mientras una mano se posa en mi cuello. Se acerca a mi oído, me susurra que no lleva nada debajo mientras me besa.

La agarro de los pechos, me excita, la excito. La giro bruscamente y la levanto el vestido. Experimentamos por un momento ese placer inmenso de sentir el calor, el uno del otro, la firmeza de un miembro dentro del otro. Le agarro del pelo y la beso el cuello. Gritamos, gotean flujos, gemidos y sudor. Rezamos para que este momento no acabe nunca. Nos corremos juntos, y yo prometo volver con otra copa, y con otra copa prometo no volver nunca.


"Sólo fuimos dos lobos devorando un corazón..." (Arri).
  

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