De los mordiscos y los gemidos a los temblores del orgasmo, del ruido de los gemidos del placer más intenso al silencio de una estancia que se ha impregnado con nuestro olor a sudor, de la luz de la vela a la oscuridad más intensa, de las capas de ropa a nuestros dos cuerpos desnudos, que intentan fundirse en uno, apretando piel contra piel. Y así, empapados en fluidos, totalmente extenuados, abrazados, desnudos, con los ojos medio cerrados y la respiración profunda. Así. Sí.
Es en ese punto cuando más vulnerables somos, cuando más
sinceros tornamos, el lugar donde afloran las emociones y los sentimientos,
justo cuando volvemos a ser reales, y nos quitamos la careta que nos imponen la
sociedad y las redes. Solos tú y yo. Sólo tú y yo.
Nos hemos escapado, después de encontrarnos en un mundo
extraño, lleno de ruina e inmundicia personal, y hemos viajado a un remanso de
paz durmiendo toda la noche abrazados. Hemos huido, sin mirar atrás, con la
esperanza de que mañana el mundo será mejor.