Me miró fijamente a los ojos, tan intensamente que podía notar cómo, con sus dedos acariciaba cada pedacito de mi alma rota y cómo los giraba, intentando encajarlos entre sí para formar un todo completo.
Yo le susurré al oído que era un juguete roto, y viejo, y abandonado.
Ella me besó la boca y me llamó tonto y necio, mientras atusaba mi barba.
"Tienes algo indestructible justo aquí"-y tocó con delicadeza con su dedo índice el lado izquierdo de mi pecho. "Está viejo y oxidado, rechina y enmudece cuando quiere, pero aún late, y quiero que sea mío. Prometo curarlo, y cuidarlo con besos, engrasarlo con mi saliva y flujos, y ser la única que pueda llegar a tocarlo".
Después dejo caer su vestido al suelo, me arrancó la camisa y me mordió el cuello. Agarré sus senos y a horcajadas se sentó sobre mí. Recorrí cada centímetro de su piel con mis manos, exploré cada arruga, cada lunar, cada pliegue corporal, me enamoré de su mirada, y de la sinceridad que escupían sus sonrisas, de la ternura de sus caricias y la lascivia que emanaba de sus ojos mientras, desnuda, se mordía el labio inferior.
Y en aquel momento fuimos uno, uno para toda la eternidad.