Y aquí me tienes, un día más, viendo amanecer, celebrando el respirar, el saber que sigo vivo, el vivir un día más en el alambre, quizás más como un modo de vida que como una condena.
Como ese tipo de condenas que sólo tienen los supervivientes natos, aquellos que son capaces de bucear entre un mar de mierda y salir vivos, sin saber cómo.
Sólo los más fuertes. Sólo los más recios. Sólo los condenados a no rendirse jamás.
Porque claudicar es un privilegio concedido a unos pocos, mientras que a otros, por el contrario, se nos exige vivir, arrastrarnos entre la inmundicia, sangrar y curarnos para luego resurgir, y luego volver a hundirnos. Cómo un fénix. Como algo inesperado y ajeno a toda lógica y razón.
"Qué duro eres, cabrón" (Un amigo mío).
No hay comentarios:
Publicar un comentario