En un balcón, mirando las estrellas, a la media luz de las
velas titilantes y con la luna de fondo. En el punto medio entre la conciencia
y la ginebra, apoyada sobre el poyete y con la mirada al infinito, la chica del
vestido rojo suspira y mira al infinito, apoya lo que queda de su copa sobre la
barandilla, y vuelve a suspirar.
Yo me acerco por detrás, hundiéndola entre mis brazos, que
la acogen mientras las manos se entrelazan. Me acerco al oído y le susurro una
palabra que sólo ella comprende. Sonríe y se da la vuelta. Me acaricia el pelo,
juega con mis rizos mientras una mano se posa en mi cuello. Se acerca a mi
oído, me susurra que no lleva nada debajo mientras me besa.
La agarro de los pechos, me excita, la excito. La giro bruscamente
y la levanto el vestido. Experimentamos por un momento ese placer inmenso de
sentir el calor, el uno del otro, la firmeza de un miembro dentro del otro. Le
agarro del pelo y la beso el cuello. Gritamos, gotean flujos, gemidos y sudor.
Rezamos para que este momento no acabe nunca. Nos corremos juntos, y yo prometo
volver con otra copa, y con otra copa prometo no volver nunca.
"Sólo fuimos dos lobos devorando un corazón..." (Arri).